Preguntas y respuestas
Dios quiere siempre algo de nosotros. Él nos ha creado y se ha hecho carne para encontrarnos y darnos su vida. Nos ha creado para comunicarnos su amor y tiene por eso una voluntad concreta para cada uno de nosotros.
Para descubrir la llamada de Dios, lo primero que has de hacer es conocerle. A través de la participación en la Iglesia (en la parroquia, movimiento o asociación, colegio…) irás descubriendo a Jesucristo. La oración, verdadero diálogo con Dios, te hará ir aprendiendo a escucharle. Por último, será importante la ayuda de un acompañante, esto es, un sacerdote, una religiosa o un seglar que tenga más experiencia en el camino del seguimiento de Jesucristo.
Es cierto que hay tantas vocaciones como llamados por Dios, y cada una de ellas es diferente, pero hay algunos rasgos comunes. Primero, si se te ha pasado por la cabeza y tienes alguna inquietud, quizás Dios te esté llamando. Además, el corazón se siente atraído por esa idea de entrega total a todos los hombres. También, Dios puede poner en ti un gran deseo de algo grande y que sea amor, de modo que no te llena nada de lo que ahora haces.
Desde el principio de los tiempos, Dios ha llamado a los hombres. Puedes verlo en la vida de Abraham o Moisés, David o los profetas. Jesús llamó a sus discípulos y después ha seguido llamando a cada uno de los hombres; a muchos de ellos, al sacerdocio. Los más de 100 seminaristas del Seminario de Madrid son una muestra evidente de la actualidad de esta llamada.
Dios, con la llamada, nos da las fuerzas para responder. Es su amor el que va conquistando nuestra vida y de ahí sacaremos el ánimo y sentido para decir sí cada día.
Cuando uno busca honradamente cumplir la voluntad de Dios, nunca se equivoca, pues Dios quiere hablarnos y sabe cómo hacerlo. Dios tiene muchas formas de hablarnos, pero nosotros sólo podemos responder sí a lo que tenemos delante. Si sientes la llamada, no la acalles. El Seminario te ayudará a buscar la verdad de la vocación a la que el Señor te llama.
Cuando Dios llama, siempre persevera en su llamada. Es experiencia de muchos de nosotros que por mucho que nos resistiéramos a sus signos, Jesucristo no dejó de buscarnos y de llamar a nuestra puerta. Lo mejor es responder venciendo los miedos y verificarlo con un acompañante.
Responder a la llamada nos hace vivir una vida en plenitud. Dios es lo más grande y se derrama en nosotros en la medida que nos damos. Dios llama a cualquier edad y llena la vida de una alegría que no se hace esperar. Si la vocación es lo más grande, ¿cómo dejar pasar el tiempo sin responder?
Por supuesto, es la relación con la Iglesia y con los sacerdotes el medio que habitualmente utiliza el Señor para despertar en nosotros los signos de la vocación. Es esta vida de Cristo la que nos hace plenamente felices, aunque muchos son los que están en la Iglesia y no todos son llamados al sacerdocio.
Es posible que se me presente esta tentación o que me la presenten desde mi familia o amigos si no conocen al Señor. Pero la Iglesia sólo quiere ayudarte a encontrar la verdad de tu vida. Has de verificar en el corazón que la llamada que escuchas no es simplemente a estar con tus amigos o con los curas cercanos, sino que te abre a la Iglesia universal. Entrar en el Seminario hará que veas la vocación como algo mucho más grande.
Si conocen a Jesucristo y viven la vida de la Iglesia, se alegrarán mucho, aunque al principio pueda entristecerles la separación por el nuevo camino. Si no le conocen, puede ocurrir que tengan un primer momento de rechazo fuerte. Pero la alegría que experimentas por la vocación será la mejor prueba de la verdad de lo que vives. Y todos los que te quieren se alegrarán contigo.
Es normal que te gusten las chicas, pues todos los sacerdotes somos verdaderamente hombres. Los sacerdotes somos llamados por Jesús al celibato, igual que él fue célibe, para que nuestro corazón pueda entregarse totalmente al servicio de la Iglesia, su Esposa, y a todos los hombres. Es algo que se aprende a vivir y se comprende más a medida que se va viviendo. Jesucristo no quiere para nosotros nada que no nos dé antes.
Lo que la vida sacerdotal nos regala es mucho más grande que las renuncias que se han de hacer. Como dice Benedicto XVI: “Dios no quita nada y lo da todo”. Toda elección implica renuncias y sólo así se va construyendo una vida de verdaderas relaciones. Si uno no quiere renunciar a nada tampoco podrá elegir verdaderamente nada: ni un mujer o un hombre al que amar totalmente, ni una familia, ni amistades profundas…
Como respuesta a esta pregunta sólo podemos hablar de lo vivimos cada día. Puedes ver nuestros testimonios aquí. Ven y verás.
San Juan Pablo II, en su última visita a España en 2003, nos dio su testimonio a los jóvenes españoles reunidos en Cuatro Vientos:
“Si sientes la llamada de Dios que te dice: “¡Sígueme!” (Mc 2,14; Lc 5,27), no la acalles. Sé generoso, responde como María ofreciendo a Dios el sí gozoso de tu persona y de tu vida. Os doy mi testimonio: yo fui ordenado sacerdote cuando tenía 26 años. Desde entonces han pasado 56. Entonces, ¿cuántos años tiene el Papa? ¡Casi 83! ¡Un joven de 83 años! Al volver la mirada atrás y recordar estos años de mi vida, os puedo asegurar que vale la pena dedicarse a la causa de Cristo y, por amor a Él, consagrarse al servicio del hombre. ¡Merece la pena dar la vida por el Evangelio y por los hermanos!”
Si sientes que Dios te puede estar llamando o no quieres cerrarte a la posibilidad de una vida mucho más plena, primero reza: sé piadoso, acude a los sacramentos, la Misa, la Confesión… Además, habla con un sacerdote y sé sincero con él para que te ayude y guíe. Por último, pídele a Dios la gracia para responder libremente, “porque te da la gana”, a su llamada.